Cuando una esposa afirma que su marido es muy
bueno, probablemente es un hombre cariñoso, trabajador, paciente, amable... En
cambio, si una madre exclama "mi hijo es muy bueno", casi siempre
quiere decir que se pasa el día durmiendo, o mejor que "no hace más que
comer y dormir" (a un marido que se comportase así le llamaríamos
holgazán). Los nuevos padres oirán docenas de veces (y pronto repetirán) el
chiste fácil: "¡Qué monos son... cuando duermen!"
Y así los estantes de las librerías, las
páginas de las revistas, las ondas de la radio, se llenan de "problemas
de la infancia": problemas de sueño, problemas de alimentación, problemas
de conducta, problemas en la escuela, problemas con los hermanos... Se diría
que cualquier cosa que haga un niño cuando está despierto ha de ser un
problema.
Nadie nos dice que nuestros hijos, incluso
despiertos (sobre todo despiertos), son gente maravillosa; y corremos el riesgo
de olvidarlo. Aún peor, con frecuencia llamamos "problemas",
precisamente, a sus virtudes.
Tu hijo es generoso
Marta juega en la arena con su cubo verde, su
pala roja y su caballito. Un niño un poco más pequeño se acerca vacilante, se
sienta a su lado y, sin mediar palabra (no parece que sepa muchas) se apodera
del caballito, momentáneamente desatendido. A los pocos minutos, Marta decide
que en realidad el caballito es mucho más divertido que el cubo, y lo recupera
de forma expeditiva. Ni corto ni perezoso, el otro niño se pone a jugar con el
cubo y la pala. Marta le espía por el rabillo del ojo, y comienza a preguntarse
si su decisión habrá sido la correcta. ¡El cubo parece ahora tan divertido!
Tal vez la mamá de Marta piense que su hija
"no sabe compartir". Pero recuerde que el caballito y el cubo son las
más preciadas posesiones de Marta, digamos como para usted el coche. Y unos
minutos son para ella una eternidad. Imagine ahora que baja usted de su coche,
y un desconocido, sin mediar palabra, sube y se lo lleva. ¿Cuántos segundos
tardaría usted en empezar a gritar y a llamar a la policía? Nuestros hijos, no
le quepa duda, son mucho más generosos con sus cosas que nosotros con las
nuestras.
Tu hijo es desinteresado
Sergio acaba de mamar; no tiene frío, no tiene
calor, no tiene sed, no le duele nada... pero sigue llorando. Y ahora, ¿qué más
quiere?
La quiere a usted. No la quiere por la comida,
ni por el calor, ni por el agua. La quiere por sí misma, como persona.
¿Preferiría acaso que su hijo la llamase sólo cuando necesitase algo, y luego
"si te he visto no me acuerdo"? ¿Preferiría que su hijo la llamase
sólo por interés?
El amor de un niño hacia sus padres es
gratuito, incondicional, inquebrantable. No hace falta ganarlo, ni mantenerlo,
ni merecerlo. No hay amor más puro. El doctor Bowlby, un eminente psiquiatra
que estudió los problemas de los delincuentes juveniles y de los niños
abandonados, observó que incluso los niños maltratados siguen queriendo a sus
padres.
Un amor tan grande a veces nos asusta. Tememos
involucrarnos. Nadie duda en acudir de inmediato cuando su hijo dice
"hambre", "agua", "susto", "pupa"; pero
a veces nos creemos en el derecho, incluso en la obligación, de hacer oídos
sordos cuando sólo dice "mamá". Así, muchos niños se ven obligados a
pedir cosas que no necesitan: infinitos vasos de agua, abrir la puerta, cerrar
la puerta, bajar la persiana, subir la persiana, encender la luz, mirar debajo
de la cama para comprobar que no hay ningún monstruo... Se ven obligados
porque, si se limitan a decir la pura verdad: "papá, mamá, venid, os
necesito", no vamos. ¿Quién le toma el pelo a quién?
Tu hijo es valiente
Está usted haciendo unas gestiones en el banco
y entra un individuo con un pasamontañas y una pistola. "¡Silencio! ¡Al
suelo! ¡Las manos en la nuca!" Y usted, sin rechistar, se tira al suelo y
se pone las manos en la nuca. ¿Cree que un niño de tres años lo haría? Ninguna
amenaza, ninguna violencia, pueden obligar a un niño a hacer lo que no quiere.
Y mucho menos a dejar de llorar cuando está llorando. Todo lo contrario, a cada
nuevo grito, a cada bofetón, el niño llorará más fuerte.
Miles de niños reciben cada año palizas y
malos tratos en nuestro país. "Lloraba y lloraba, no había manera de hacerlo
callar" es una explicación frecuente en estos casos. Es la consecuencia
trágica e inesperada de un comportamiento normal: los niños no huyen cuando sus
padres se enfadan, sino que se acercan más a ellos, les piden más brazos y más
atención. Lo que hace que algunos padres se enfaden más todavía. Si que huyen
los niños, en cambio, de un desconocido que les amenaza.
Los animales no se enfadan con sus hijos, ni
les riñen. Todos los motivos para gritarles: sacar malas notas, no recoger la
habitación, ensuciar las paredes, romper un cristal, decir mentiras... son
exclusivos de nuestra especie, de nuestra civilización. Hace sólo 10.000 años
había muy pocas posibilidades de reñir a los hijos. Por eso, en la naturaleza,
los padres sólo gritan a sus hijos para advertirles de que hay un peligro. Y
por eso la conducta instintiva e inmediata de los niños es correr hacia el
padre o la madre que gritan, buscar refugio en sus brazos, con tanta mayor
intensidad cuanto más enfadados están los progenitores.
Tu hijo sabe perdonar
Silvia ha tenido una rabieta impresionante. No
se quería bañar. Luchaba, se revolvía, era imposible sacarle el jersey por la
cabeza (¿por qué harán esos cuellos tan estrechos?). Finalmente, su madre la
deja por imposible. Ya la bañaremos mañana, que mi marido vuelve antes a casa;
a ver si entre los dos...
Tan pronto como desaparece la amenaza del
baño, tras sorber los últimos mocos y dar unos hipidos en brazos de mamá,
Silvia está como nueva. Salta, corre, ríe, parece incluso que se esfuerce por
caer simpática. El cambio es tan brusco que coge por sorpresa a su madre, que
todavía estará enfadada durante unas horas. "¿Será posible?"
"Mírala, no le pasa nada, era todo cuento".
No, no era cuento. Silvia estaba mucho más
enfadada que su madre; pero también sabe perdonar más rápidamente. Silvia no es
rencorosa. Cuando Papá llegue a casa, ¿cuál de las dos se chivará? ("Mamá
se ha estado portando mal..."). El perdón de los niños es amplio,
profundo, inmediato, leal.
Tu hijo sabe ceder
Jordi duerme en la habitación que sus padres
le han asignado, en la cama que sus padres le han comprado, con el pijama y las
sábanas que sus padres han elegido. Se levanta cuando le llaman, se pone la
ropa que le indican, desayuna lo que le dan (o no desayuna), se pone el abrigo,
se deja abrochar y subir la capucha porque su madre tiene frío y se va al cole
que sus padres han escogido, para llegar a la hora fijada por la dirección del
centro.
Una vez allí, escucha cuando le hablan, habla
cuando le preguntan, sale al patio cuando le indican, dibuja cuando se lo
ordenan, canta cuando hay que cantar. Cuando sea la hora (es decir, cuando la
maestra le diga que ya es la hora) vendrán a recogerle, para comer algo que
otros han comprado y cocinado, sentado en una silla que ya estaba allí antes de
que él naciera.
Por el camino, al pasar ante el quiosco, pide
un "Tontanchante", "la tontería que se engancha y es un poco
repugnante", y que todos los de su clase tienen ya. "Vamos, Jordi,
que tenemos prisa. ¿No ves que eso es una birria?" "¡Yo quiero un
Totanchante, yo quiero, yo quiero...!" Ya tenemos crisis.
Mamá está confusa. Lo de menos son los 20
duros que cuesta la porquería ésta. Pero ya ha dicho que no. ¿No será malo dar
marcha atrás? ¿Puede permitir que Jordi se salga con la suya? ¿No dicen todos
los libros, todos los expertos, que es necesario mantener la disciplina, que
los niños han de aprender a tolerar las frustraciones, que tenemos que ponerles
límites para que no se sientan perdidos e infelices? Claro, claro, que no se
salga siempre con la suya. Si le compra ese Tontachante, señora, su hijo
comenzará una carrera criminal que le llevará al reformatorio, a la droga y al
suicidio.
Seamos serios, por favor. Los niños viven en
un mundo hecho por los adultos a la medida de los adultos. Pasamos el día y
parte de la noche tomando decisiones por ellos, moldeando sus vidas,
imponiéndoles nuestros criterios. Y a casi todo obedecen sin rechistar, con una
sonrisa en los labios, sin ni siquiera plantearse si existen alternativas.
Somos nosotros los que nos "salimos con la nuestra" cien veces al
día, son ellos los que ceden. Tan acostumbrados estamos a su sumisión que nos
sorprende, y a veces nos asusta, el más mínimo gesto de independencia. Salirse
de vez en cuando con la suya no sólo no les va hacer ningún daño, sino que
probablemente es una experiencia imprescindible para su desarrollo.
Tu hijo es sincero
¡Cómo nos gustaría tener un hijo mentiroso!
Que nunca dijera en público "¿Por qué esa señora es calva?" o ¿Por
qué ese señor es negro?" Que contestase "Sí" cuando le
preguntamos si quiere irse a la cama, en vez de contestar "Sí" a
nuestra retórica pregunta "¿Pero tú crees que se pueden dejar todos los
juguetes tirados de esta manera?"
Pero no lo tenemos. A los niños pequeños les
gusta decir la verdad. Cuesta años quitarles ese "feo vicio". Y,
entre tanto, en este mundo de engaño y disimulo, es fácil confundir su
sinceridad con desafío o tozudez.
Tu hijo es buen hermano
Imagínese que su esposa llega un día a casa
con un guapo mozo, más joven que usted, y le dice: "Mira, Manolo, este es
Luis, mi segundo marido. A partir de ahora viviremos los tres juntos, y seremos
muy felices. Espero que sabrás compartir con él tu ordenador y tu máquina de
afeitar. Como en la cama de matrimonio no cabemos los tres, tú, que eres el
mayor, tendrás ahora una habitación para tí solito. Pero te seguiré queriendo
igual". ¿No le parece que estaría "un poquito" celoso? Pues un
niño depende de sus padres mucho más que un marido de su esposa, y por tanto la
llegada de un competidor representa una amenaza mucho más grande. Amenaza que,
aunque a veces abrazan tan fuerte a su hermanito que le dejan sin aire, hay que
admitir que los niños se toman con notable ecuanimidad.
Tu hijo no tiene prejuicios
Observe a su hijo en el parque. ¿Alguna vez se
ha negado a jugar con otro niño porque es negro, o chino, o gitano, o porque su
ropa no es de marca o tiene un cochecito viejo y gastado? ¿Alguna vez le oyó
decir "vienen en pateras y nos quitan los columpios a los españoles"?
Tardaremos aún muchos años en enseñarles esas y otras lindezas.
Tu hijo es comprensivo
Conozco a una familia con varios hijos. El
mayor sufre un retraso mental grave. No habla, no se mueve de su silla. Durante
años, tuvo la desagradable costumbre de agarrar del pelo a todo aquél, niño o
adulto, que se pusiera a su alcance, y estirar con fuerza. Era conmovedor ver a
sus hermanitos, con apenas dos o tres años, quedar atrapados por el pelo, y sin
gritar siquiera, con apenas un leve quejido, esperar pacientemente a que un
adulto viniera a liberarlos. Una paciencia que no mostraban, ciertamente, con
otros niños. Eran claramente capaces de entender que su hermano no era
responsable de sus actos.
Si se fija, observará estas y muchas otras
cualidades en sus hijos. Esfuércese en descubrirlas, anótelas si es preciso,
coméntelas con otros familiares, recuérdeselas a su hijo dentro de unos años
("De pequeño eras tan madrugador, siempre te despertabas antes de las
seis...") La educación no consiste en corregir vicios, sino en desarrollar
virtudes. En potenciarlas con nuestro reconocimiento y con nuestro ejemplo.
La semilla del bien
Observando el comportamiento de niños de uno a
tres años en una guardería, unos psicólogos pudieron comprobar que, cuando uno
lloraba, los otros espontáneamente acudían a consolarle. Pero aquellos niños
que habían sufrido palizas y malos tratos hacían todo lo contrario: reñían y
golpeaban al que lloraba. A tan temprana edad, los niños maltratados se
peleaban el doble que los otros, y agredían a otros niños sin motivo ni
provocación aparente, una violencia gratuita que nunca se observaba en niños
criados con cariño.
Oirá decir que la delincuencia juvenil o la
violencia en las escuelas nacen de la "falta de disciplina", que se
hubieran evitado con "una bofetada a tiempo". Eso son tonterías. El
problema no es falta de disciplina, sino de cariño y atención, y no hay ningún
tiempo "adecuado" para una bofetada. Ofrézcale a su hijo un abrazo a
tiempo. Miles de ellos. Es lo que de verdad necesita.
Autor: Dr. Carlos González,
pediatra
Cap comentari:
Publica un comentari a l'entrada